La impresión en 3D es una de las tecnologías sobre las que más altas tenemos las expectativas. Se supone que están llamadas a revolucionar los procesos industriales tales como los conocemos hoy en día, y su potencial ya se puede vislumbrar hoy. Las nuevas generaciones de impresoras 3D están a punto de ser liberadas de sus patentes, lo que supondrá una generalización de su uso.
De momento, se emplean para acelerar procesos de prototipado y los profesionales de la ingeniería y la arquitectura pueden emplearlas para la planificación de sus proyectos. También los emplean los cirujanos antes de una operación, para crear modelos de los procedimientos que van a seguir, y sus usos creativos y artísticos son incontables. Algunos, sin embargo, advierten del peligro de esta tecnología: en teoría, permitiría replicar llaves en cuestión de minutos, a partir de una simple foto.
Las noticias sobre impresión 3D se suceden, eso es innegable. Y a pesar de ello aún hay muchos que dudan sobre cuál será su utilidad real para el ciudadano de a pie, si es que llega a tenerla algún día. Un proyecto puesto en marcha en los últimos meses ya se la ha encontrado. Se llama Proyecto Daniel, y está fabricando prótesis ortopédicas por unos 100 dólares (menos de 75 euros) para las víctimas de la guerra de Sudán.
Daniel Omar, un adolescente más víctima de la guerra
Todo comenzó con un reportaje publicado en la revista Time en abril de 2012. Uno de los protagonistas de la historia era Daniel Omar, un adolescente sudanés de 14. El joven contaba cómo hacía un mes, se había convertido en una víctima de la guerra de su país, y lo sería para toda la vida: mientras se encontraba cuidando las vacas de su familia en la zona de las montañas de Nuba, al sur de Sudán, una región azotada por la guerra, una bomba lanzada por el ejército le había dejado sin ambas manos.
Project Daniel(video)
“Oí el ruido del avión, así que me tumbé en el suelo. Después escuché cómo lanzaba la bomba, así que me levanté de un salto, corrí, me escondí tras un árbol y me abracé a él con los brazos”, contaba el chaval en el reportaje. El árbol protegió el cuerpo de Daniel, pero no sus manos. Desde entonces, y una vez superada la estancia en el hospital y el peligro para su vida, el día a día del joven no había vuelto a ser igual. Ya no podía hacer solo cosas tan simples como vestirse o comer. Se calcula que 50.000 personas en todo el país han sufrido amputaciones similares.
A miles de kilómetros del desabastecido hospital donde Daniel recibía tratamiento, en California, Mick Ebeling leía su historia. Ebeling es el fundador de Not Impossible Lab, una fundación sin ánimo de lucro que trabaja por utilizar la tecnología más puntera para crear soluciones low cost y sin patentes para problemas relacionados con la atención médica y la salud.
“Leí el artículo de Time sobre él y tuve que ayudar”, dice Ebeling. El fin estaba claro: devolverle a Daniel la autonomía y la dignidad en la medida de lo posible. El medio: la impresión 3D. Era tan sencillo como fabricarle nuevas manos, ¿no?
Diseños libres, impresoras y asesoramiento médico
Sí, desde luego, pero el proceso tiene su miga. Para hacerlo posible, Ebeling reunió a un equipo de expertos tanto el ortopedia como en impresión 3D, además de entusiastas del código abierto y las soluciones libres de patentes y otras limitaciones.
Uno de ellos fue Richard Van As, un carpintero sudafricano que sufrió un accidente en 2011 en el que perdió los dedos de su mano derecha. Cuando se recuperó, comenzó a investigar la forma de conseguir una prótesis que le ayudase a manejarse mejor sin los dedos amputados, pero descubrió que “son principalmente las corporaciones de América las que tienen las patentes que podrían haberme restaurado los dedos, pero son excesivamente caras”, explica.
De forma que decidió diseñar su propia prótesis, que bautizó como Robohand y que se puede imprimir y adaptar según las necesidades a partir de las instrucciones publicadas en su página web.
Printrbot, una compañía dedicada a la impresión 3D, aportó el equipamiento necesario al proyecto, así como el conocimiento sobre esta técnica para lograr los mejores resultados. “Me gusta porque le da una utilidad muy real a algo que para muchos solo es un juguete. Cómo no iba a apuntarme, cuando se trata de un proyecto con un objetivo tan importante”, explica Brook Drumm, creador de Printrbot.
Por último, Ebeling necesitaba un doctor que supervisase el proyecto para asegurar su idoneidad y utilidad para los pacientes. Ese fue el papel de David Putrino, fisioterapeuta especializado en la neurociencia del control de la motricidad. Suya era la tarea de controlar que las prótesis “no solo tuviesen el potencial para funcionar sino también que eran fáciles de utilizar por parte de los pacientes y cómodas de llevar”.
Una prótesis funcional por menos de 75 euros
Ebeling tenía así el diseño, los medios y el asesoramiento médico necesario. Consiguió el respaldo económico de Intel y Precipart y despegó hacia África el pasado 16 de noviembre. “Aterricé en Sudán con impresoras 3D, portátiles, piezas de plástico y el objetivo de imprimir un brazo para Daniel”.
Desde luego, resulta tosca y poco controlable en comparación con lo que los médicos de los países más desarrollados pueden conseguir cuando cuentan con abundantes medios técnicos y económicos, pero este brazo robótico ayudó al adolescente a comer solo por primera vez en meses, lo que ya supone todo un éxito
Ebeling estableció su laboratorio en el hospital local, y en unos cuantos días, Daniel recibió la primera versión de su prótesis. Desde luego, resulta tosca y poco controlable en comparación con lo que los médicos de los países más desarrollados pueden conseguir cuando cuentan con abundantes medios técnicos y económicos, pero este brazo robótico ayudó al adolescente a comer solo por primera vez en meses, lo que ya supone todo un éxito, y su reducido coste (en total, unos 100 dólares) lo hace accesible a mucha más gente con recursos muy limitados.
Porque el objetivo del proyecto no es solo ayudar a Daniel Omar, sino a muchos más que, como él, han perdido algún miembro como consecuencia de una guerra que dura ya años. Y parece que va por buen camino.
Ebeling y su equipo han enseñado a los técnicos del hospital cómo funcionan las impresoras 3D y los programas de diseño, así como a ajustar las prótesis según las necesidades de cada paciente para que ellos mismos continúen fabricándolas. A un ritmo lento pero constante ya lo están haciendo, y esperan conseguir financiación para instalar más de estos laboratorios en otros hospitales de la región. “Esperamos niños y adultos en otras zonas de África y de otros continentes puedan utilizar el potencial de esta tecnología para crear nuevas oportunidades”.
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