Los gurús de las nuevas tecnologías lo califican como el invento del milenio.
Las impresoras 3D empiezan a elevarse al estatus de Dios:
pueden crear todo un mundo en menos de siete días y buena parte de la humanidad
se lo cree sin haberlas visto. Cada día aparece al menos un titular con la
cantinela “impreso-en-3D”: armaduras de superhéroes, ropa, comida, saxos,
orejas, cosméticos, mini-yos, coches, casas, venas, pistolas, la corona de
Enrique VIII. Así que, a estas alturas, nadie deja de pestañear cuando los
popes de la economía mundial anuncian el tecno-advenimiento de la tercera revolución
industrial.
Hace tres años que la tercera revolución industrial está en
las estanterías. Le puso tapas el consultor mundial Jeremy Rifkin –el Paulo
Coelho de la economía, lo llaman–. Un vidente sin bola de cristal que augura
que la economía colaborativa es nuestra última esperanza. Chris Anderson, el
gurú de la revista 'Wired', lo corroboró en su libro 'Makers'.
Es una de las nuevas palabras 'hype' que hay que aprenderse de carrerilla: 'maker', 'do-it-yourself', 'háztelo-tú-mismo', 'prosumidores'. Los futuros consumidores serán a la vez productores. Si los últimos 20 años la vida pasaba dentro de un ordenador, en los próximos 20 se podrá imprimir en el mundo real.
Es una de las nuevas palabras 'hype' que hay que aprenderse de carrerilla: 'maker', 'do-it-yourself', 'háztelo-tú-mismo', 'prosumidores'. Los futuros consumidores serán a la vez productores. Si los últimos 20 años la vida pasaba dentro de un ordenador, en los próximos 20 se podrá imprimir en el mundo real.
A la infraestructura que cambiará el mundo –internet,
energías renovables– se están sumando a codazos las impresoras 3D. “El invento
del milenio”, lo llaman. Solo hay que echar un vistazo a las fortunas que salen
ahora en 'Forbes': Stratasys y 3D Systems, los dos imperios de impresión 3D.
“El crecimiento aumentará bruscamente en los próximos 5-10 años”, augura Andy
Middleton, vicepresidente sénior de Stratasys. Él ya habla de un futuro con
“customización 3D en masa”.
Un invento de ¡hace 31 años!
Hay una curiosidad de Trivial: la impresión 3D es un invento
de hace ¡31 años! Ya existía cuando empezaban a salir al mercado los CDs y
Microsoft anunciaba su primera versión de Windows. El Steve Jobs del 3D es
Chuck Hull. Se sacó de la manga en 1983 un sistema de fabricación por adición:
se van depositando sucesivas capas de material, una encima de otra, hasta
completar un objeto sólido tridimensional. Lo patentó en 1986 y fundó la
empresa 3D Systems, donde sigue trabajando, con 75 años, aún sorprendido por el
éxito de su idea. Un boom en expansión a medida que vencen patentes y los
precios se abaratan.
A Chuck se le debe de haber erizado el bigote al ver ya
impresoras en China que miden 6,6 metros de altura y 32 de largo. Con ellas, la
empresa Winsun ha impreso 10 casas de una tacada, de entre 20 y 60 metros
cuadrados. “Ahora vamos a imprimir una casa de dos pisos, 200 metros cuadrados
en total”, anuncian desde el departamento de márketing. En medicina también
salen a diario nuevas aplicaciones impresas en 3D: que si un sustituto para las
escayolas, que si una pierna ortopédica de menos de 100 euros. Las noticias que
más suenan a futuro de película son las que salen de la compañía americana
Organovo y de sus bioimpresoras. “Hoy en día se pueden imprimir muchos tejidos
a pequeña escala, incluyendo hígado, pulmón, venas o piel”, responden desde la empresa.
Metidos en la cocina
Las impresoras 3D también están haciendo salivar al sector
gastronómico. El próximo año se meterá hasta la cocina Foodini, un invento que
parece sacado de 'Star Trek'. ¿Se acuerdan del 'replicator' que generaba platos
de comida con solo pedirlos? De Foodini salen esferificaciones dignas de Adrià,
quiches de espinacas con forma de dinosaurio, galletas que dan el pego como
telaraña. Es un invento de una compañía de Barcelona, Natural Machines. Ya
tienen pedidos de más de 45 países (sobre todo, China y EEUU). Más que una
impresora 3D de comida, parece una fábrica de alimentos en miniatura, compara
Emilio Sepúlveda, uno de los fundadores de la empresa. “El funcionamiento se
parece en algunos aspectos al de las máquinas de café con cápsulas, ya que los
ingredientes se introducen en cápsulas”. El usuario elige la receta en
internet, Foodini indica qué ingredientes hay que poner en cada cápsula, y se
imprime el plato. “Nuestro objetivo es ayudar a la gente a volver a cocinar en
casa sin necesidad de saber cómo hacerlo, en poco tiempo, usando ingredientes
frescos y con unas porciones ajustadas a la persona que las va a comer”. Por
ejemplo: una pizza para una persona.
Han invertido tres años de trabajo y más de medio millón de
euros, y ahora están poniendo en marcha la fábrica. Trabajan sobre todo con
inversores de EEUU y Asia. “Mantener la empresa en España supone dificultades
añadidas”, asegura Emilio. “Es una pena, porque hay mucho talento y ganas de
hacer cosas, pero en este país hay otras prioridades”. Esperan que haya un
Foodini en cada casa. “Estamos añadiendo una serie de sistemas y
funcionalidades que nos permitan reemplazar alguno de los electrodomésticos
existentes”, adelanta Emilio. También pretenden normalizar la comida de personas
con alergias e intolerancias alimenticias. “Estamos viendo cómo podemos
reproducir con otros ingredientes alternativos los mismos platos que el resto”.
El aparato, de momento, cuesta unos 1.000 euros.
Los mandamases de las grandes compañías ya no se preguntan si
en el futuro habrá una impresora 3D en cada casa, sino en qué habitación. Según
la Biblia de la impresión 3D –los estudios de mercado de Terry Wohlers–, las
ventas mundiales se acercarán a los 6.000 millones de dólares en el 2017;
llegarán a los 10.800 millones en el 2021. A quien se le acabe de poner los
ojos en forma de dólar que prepare machete y salacot para informarse. “Es
inquietante ver la sobre-simplificación que hay de la tecnología 3D –advierte
Wohlers-, se supone que pulsas un botón y aparece de repente una deslumbrante
cosa nueva”. En el mundo real, antes de pulsar el botón, alguien tiene que
diseñar esa deslumbrante-cosa-nueva. Y después, seguramente haya que esperar
horas a que se imprima.
Mini yos para tartas de bodas
Hay que leer con ojos escépticos. Pulula por ahí más de una
nota de prensa falsa. Han llegado a hablar de clones vivientes por impresión
3D. “Se escribe sin conocimiento directo o usando falsas notas de prensa
(publicidad encubierta de marcas de impresoras 3D)”, denuncia Cleto de Matos,
responsable de ThreeDee-You. “Por eso distribuimos el año pasado una nota de
prensa de ciencia ficción [la de los clones vivientes] que fue publicada en una
docena de medios”.
ThreeDee-You, con sede en Madrid, crea miniclones (de momento,
sin vida) desde el 2010. Retratos escultóricos. Suya es la marca registrada
foto-escultura. Las que más se venden: mini-yos para tartas de bodas,
comuniones y cumpleaños. Es como ir a un estudio de fotografía, pero todo negro
y con un pedestal en el centro. El cliente posa dos segundos y medio y tres
semanas después recibe una foto-escultura tipo cerámica. Cuestan entre 69,50 y
299,50 euros. Hasta el día 20, se puede ver una muestra de estas personitas en
el hall del Hotel Silken Puerta América, en Madrid. Cleto de Matos es
escéptico. “Últimamente todos los medios ponen mucho énfasis en la herramienta
y ninguno en la obra, como si a alguien le importara la marca de pinceles o de
óleo que usaba Picasso”.
Otros recuerdos escultóricos que se están poniendo de moda
son las ecografías impresas en 3D. Minene3d las hace por 99-189 euros. Es una
idea que ya ha permitido, por ejemplo, que una pareja invidente conociera a su
bebé antes de que naciera, explica Nacho Pulido, promotor de la compañía.
Esto es para frikis
“Sé realista, pide lo imposible”, reta una de las paredes de
EntresD, la primera tienda-showroom de Catalunya dedicada íntegramente a la
venta de impresoras 3D. Frente al escaparate, hay tres impresoras 3D con las
tripas rugiendo rodeadas de figuritas que han salido de ellas: una gallina, un
robot articulado, la cara de Justin Bieber. Las impresoras pitan a ratos como
si las estuvieran matando. “Para avisar de que queman”, se justifica por ellas
Marc Torras, fundador de la firma. El año pasado se trajo 50 impresoras de
China, donde vivió 11 años. Ya ha vendido casi 500. “Esto es para frikis’, nos
decían. Así que la presentamos en el Salón del Cómic –recuerda–. A la semana
siguiente, el teléfono no paraba”. Pero eran los padres de los visitantes del salón.
Sus clientes: “Departamentos de diseño de cualquier empresa”. Para hacer
prototipos, sobre todo. “Esto [Marc coge una gallina de plástico] antes costaba
300 euros. Ahora cuesta 30 céntimos”. ¿Que si es difícil? Marc responde sin
soltar la pieza de plástico. “Esta gallina la ha hecho un niño de 6 años con un
taller de media hora”.
Su hermana María, a su lado, es capaz de enseñar a diseñar a
un adulto en menos de 10 minutos (da fe la redactora que lo escribe). Se puede
probar gratis en tinkercad.com, por ejemplo. Ya hay webs donde se cuelgan
diseños a lo Facebook. Te gusta, lo imprimes directamente, o lo modificas y lo
vuelves a colgar mejorado. En el escaparate de Thingiverse
(www.thingiverse.com) hay recambios de Ikea, e incluso manos biónicas, que niños
amputados pueden irse imprimiendo según vayan creciendo. Una pieza hueca de la
altura del dedo índice –la gallina de antes– tarda media hora en imprimirse.
Una cara de Terminator del tamaño de la palma de mano, unas 5 horas.
Sexo en 3D
¿Lo más raro que han visto salir de una impresora 3D? Marc
mira a su hermana: “No te pongas roja”, se ríe. María enseña un post que
escribió en el blog de la empresa: “Sexo en 3D”. El mercado X fue el primero en
ponerse al día. La firma Makerlove ya ofrece gratis diseños de vibradores con
la cabeza de Justin Bieber o Hello Kitty listos para descargarse.
Dildo-Generator permite crear dildos personalizados a partir de un cilindro que
se deforma a gusto del diseñador.
A los Torras hasta les han propuesto imprimir pistolas (ya
las hay disparando en YouTube). “Cuando esto evolucione más, tendrán que salir
nuevas leyes que regulen esto”, apunta Marc. “Puedes imprimirte una pistola,
pero no puedes tenerla. Igual que el copyright: si diseño un Darth Vader, lo
puedo colgar en nuestra web mientras lo ofrezca gratis”.
Marc Torras habla delante de cuatro hileras de bobinas de
colores. A primera vista parecen rollos de cable, pero no. Es filamento, el
nuevo material ubicuo. Si alguien habla de “impresora 3D”, sin más, lo más
probable es que se refiera a una impresora de filamento. FDM o FFF.
“Fabricación con filamento fundido”. Vendrían a ser el Ford T de las impresoras
3D. Son las más vendidas. Las más baratas. Los recambios son esas bobinas de
filamento que hay detrás de Marc (un rollo de 1 kilo cuesta unos 20 euros y ya
están saliendo recicladoras que convierten las piezas otra vez en filamento).
¿Cómo funcionan? La impresora funde el plástico y lo va soltando capa por capa
a lo manga pastelera.
La más barata, 600 euros
Marc vende impresoras 3D de sobremesa ya montadas. La más
barata, 660 euros (más IVA). El año que viene, quizá en dos años, costarán 300.
“Hay gente que ya se las lleva a casa, los 'early adopter'. Pero el gran mercado
aún cuesta”, reconoce. “Es una revolución dentro del mundo del diseño
industrial [los prototipos, los recambios]. Falta ver si habrá una revolución
en el consumo”.
Llegados a este punto, cuando a un neonato en impresoras 3D
se le empiezan a poner los ojos en blanco, cualquier distribuidor le hará una
pregunta simple: “¿Para qué la quiere?”. Se pueden encontrar impresoras desde
200 euros hasta 400.000, que es lo que cuesta la Fortus 900mc, la mayor
impresora de filamento que hay en el mercado (tiene la altura de una persona).
Por cierto, hay 8 en el mundo y una de ellas está en Zaragoza desde el pasado
julio, en el centro tecnológico Aitiip. Imprimen productos para el sector
aeronáutico, automoción e incluso para el deporte de élite. De esta impresora
salió la máscara protectora con la que se ha estado entrenando el jugador del
Atlético Mario Mandzukic.
Lo más probable es que ahora esté pensando en googlear
“impresoras 3D low cost”. Eso le meterá de lleno en la comunidad RepRap, otra
nueva palabra que apuntar en el manual del buen moderno. Son modelos de
hardware libre (campan gratis por internet) y autorreplicables (algunos pueden
imprimir sus propias piezas). La filosofía RepRap vendría a ser el
háztelo-tú-mismo extremo: bajarse las instrucciones, ir a buscar las piezas a
la ferretería, montar, calibrar, cablear, soldar, quizá 50, 100 euros en total,
pero una odisea para alguien que mire con respeto a un taladro. “Como mínimo
tienes que ser manitas”, advierte un ingeniero que montó una por su cuenta. Así
que el háztelo-tú-mismo ha ido evolucionado al
construye-tu-propia-impresora-en-un-taller-que-incluye-un-kit-con-todas-las-piezas.
Con ayuda, se puede tardar en montar entre 7 horas y 2 días.
Ya hay por el mundo más de 200 marcas de RepRap. Hasta se puede
encontrar un modelo RepRap con apellido de Barcelona: BCN 3D, de RepRapBCN, un
proyecto de la Fundació CIM de la Universitat Politècnica de Catalunya, que
vende impresoras online (desde 660 euros) y organiza workshops y jornadas
técnicas (todos los ingresos van a parar a becas).
La desventaja de las RepRap que airean los distribuidores de otras impresoras: que hay que retocarlas demasiado. La ventaja con la que contrarrestan sus acólitos: que si se estropea algo, sabes exactamente qué pasa. “Y puedes ampliar la máquina con amigos y comunidades”, apunta Rodrigo Carbajal, uno de los fundadores de Studioseed, que también organiza talleres de RepRap.
La desventaja de las RepRap que airean los distribuidores de otras impresoras: que hay que retocarlas demasiado. La ventaja con la que contrarrestan sus acólitos: que si se estropea algo, sabes exactamente qué pasa. “Y puedes ampliar la máquina con amigos y comunidades”, apunta Rodrigo Carbajal, uno de los fundadores de Studioseed, que también organiza talleres de RepRap.
Cuidado con las impresoras baratas, advierte un colaborador
del estudio, Affonso Orciuoli, arquitecto brasileño que lleva casi 20 años en
el mundo 3D. “Te van a dar muchos problemas”. Tanto él como Rodrigo auguran que
todos tendremos una impresora 3D en casa. “Como ahora todo el mundo tiene una
impresora de inyección de tinta”, añade Rodrigo. “¿La utilizas? Para imprimirte
cualquier chorrada. Yo si tuviera niños, me compraría una impresora 3D en lugar
de comprarle juguetes”. Lo más surrealista que se han encontrado: que una
impresora toque la melodía de 'Star wars' con el ruido que hace al imprimir.
Sin impresora en casa, ya se puede imprimir en 3D en un buen
número de copisterías e incluso en cafés (el primer FabCafé de Europa se abrió
en marzo en Barcelona). Hay servicios online, como 3Dhubs, donde envías tu .stl
(el formato de los diseños 3D), eliges una ciudad y aparecen todas las empresas
que dan servicio de impresión 3D, con sus precios, materiales y dirección. En
Barcelona salen en un clic 34 alternativas; en Madrid, 30; en Londres, 95; en
Nueva York, 128.
“Europa no es EEUU, y España aún menos. Se quedaron en el
filamento”. Hay que subir un escalón en el mundo 3D para hablar con Joan y
Oriol Raventós, 29 y 28 años, primos y fundadores de la start-up Stalactite3D,
con sede en Barcelona. Solo con el prototipo de su impresora ganaron a más de
5.000 propuestas en el concurso HighTech XL Start-Up BootCamp Accelerator de
Eindhoven (Holanda). Su mérito: diseñar “la primera impresora europea
esteriolitográfica de sobremesa de alta definición”, dicen de carrerilla. Para
el resto de mortales, vendría a ser el BMW de las impresoras 3D. 2.895 € (más
IVA).
La estereolitografía es otro tipo de impresión 3D. En vez de
rollos de filamento –explica Oriol–, utiliza un líquido que se solidifica
mediante un láser o un proyector. Las piezas quedan mucho más definidas.
Además, pueden imprimir objetos elásticos y trabajar con materiales para
procesos de fundición (moldes para joyas de oro o plata). Está dirigida al
sector profesional. “Nos llegan consultas desde joyería, protésicos dentales,
maquetistas, arquitectos”, apunta Oriol. De su impresora han salido hasta
prótesis para periquitos y joyas personalizadas para el cine.
Arrancaron a base de 'crowfunding'. “Es la fórmula que se ha
puesto de moda porque no hay financiación por ningún lado”, se resigna Oriol.
En el mundo de las impresoras 3D, marca mucho la plataforma de lanzamiento,
añaden. “Además de conseguir financiación, es una forma de darte a conocer en
el mundo entero. La buena es Kickstarter, pero solo puedes lanzarte ahí si eres
una empresa americana o del Reino Unido”. Ellos se lanzaron en Indiegogo. En
dos meses recaudaron 50.000 euros. “De este tipo de impresora, en Kickstarter
el que menos ha sacado ha sido medio millón de dólares”.
Ciudades en el espacio
¿Que qué veremos salir de una impresora 3D en los próximos 5
años? ¿En 10? ¿En 50? “Llega un momento en que ya no te sorprende nada”, se
encoge de hombros Nacho Mor, CEO del primer centro de impresión 3D offline de
España, Just Make. “Se habla ya de construir ciudades en el espacio mediante
impresión 3D”, añade. De momento, él está montando con Reimagine Food y el chef
Paco Morales una cena para el 3 de diciembre (el 3D) que se realizará
simultáneamente en Barcelona y Nueva York y en la que estará todo impreso en
3D: pabellón, mobiliario, vajilla y comida.
¿El límite? “No hay límite”, menean la cabeza la mayoría de
distribuidores. Todos esperan como a un Mesías a las impresoras multimaterial,
que puedan imprimir plástico, tela, metal... Esa será la revolución doméstica,
auguran. Aunque están convencidos de que la impresión 3D no llegará a competir
con la producción masiva. “Las impresoras de papel no las usamos para imprimir
libros”. De momento, los diseñadores 3D empiezan a convertirse en los nuevos
manitas: se rompe algo, lo diseñan, lo imprimen, 50 céntimos. Así que quien
quiera salir del paro, aseguran, que vaya aprendiendo a diseñar en 3D. O, mejor
aún, que venda los recambios de las impresoras. “Ese será el negocio”.
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