La planta para la fabricación de tuneladoras que Martin Herrenknecht fundó en 1980 en Schwanau, en el suroeste de Alemania, exuda ese amor a la complejidad que tan a menudo ha empujado a los alemanes hacia cotas excelsas en la filosofía, la música, el derecho. Y en la industria. Aquí no hay producción estándar, cada máquina es perfilada según las exigencias específicas del cliente. Llegan a medir 15 metros de diámetro y 300 de largo. Herrenknecht, un ingeniero de 71 años, habla con sobriedad de los excelentes resultados de su empresa, pero se le enciende la mirada cuando se refiere a su tecnología. Al lado de la planta discurre majestuoso y sereno un Rin de tardo verano. En la otra orilla, muy cerca, Francia. Pero esta historia, la historia de Martin Herrenknecht y de su empresa, solo podría haber ocurrido por este lado del río. Es la historia que explica porqué, hoy, en Europa, manda Alemania.
Como tantas compañías alemanas del fabuloso Mittelstand —el segmento de empresas pequeñas y medianas— tiene sede en una anodina localidad de provincia; es de propiedad de una familia; es líder mundial en un nicho de mercado relativamente pequeño; sus productos tienen un grado de desarrollo tecnológico que tiende a desanimar cualquier competidor; y la mayoría de su facturación procede de las exportaciones. Alemania cuenta con toda una constelación de empresas así, que brillan en la sombra de gigantes como Siemens o Volkswagen. Su empuje explica en buena medida que el balance de cuenta corriente con el exterior alemán registre un activo anual por un valor de 240.000 millones de euros. Más que China. ¿Cómo puede ser?
La propia figura del dueño de una empresa que ahora factura 1.000 millones de euros al año y tiene 5.000 empleados sugiere cosas. Herrenknecht llega conduciendo su propio coche; recibe sin corbata; vive sin lujo en una casa grande pero normal, difícil de distinguir de las que la rodean; no tiene inconvenientes en hablar con los obreros y muestra una instintiva prudencia en todo lo que concierne aventuras financieras y apalancamientos desaforados. “El objetivo de todo esto no son los beneficios”, llega a decir. Encarna de alguna suerte el espíritu de un capitalismo renano que se yergue en este momento histórico como una poderosa alternativa al anglosajón y que alimenta la nueva asertividad ideológica de una Alemania cada vez más segura de sí misma.“Hay varios factores específicos del sistema alemán que son consustanciales al éxito de firmas como la nuestra. Las buenas relaciones con unos sindicatos flexibles y el sistema de formación profesional que produce técnicos muy especializados son elementos fundamentales”, opina Herrenknecht. Efectivamente, son dos factores muy locales, dos cuestiones que, de alguna manera, ahondan sus raíces en la Alemania plasmada en el periodo bismarckiano, en la gran crisis de 1873 y que se han mantenido y adaptado en el tiempo incluso a través de las catástrofes del siglo XX. Cuestiones que complican la posibilidad de replicar el modelo en otras sociedades. “En Francia creo que esto no habría sido posible porque es un país demasiado rígido y elitista para ello”, agrega Herrenknecht.
Alexander Herzog-Stein, analista de la fundación Hans-Böckler, cercana a los sindicatos, sostiene que precisamente las negociaciones entre patrones y trabajadores son la clave del actual éxito de las empresas manufactureras alemanas. “Se habla mucho de las reformas de Schröder, que, entre otras cosas, aumentaron la flexibilidad externa (los despidos); pero, en realidad, la flexibilidad interna (negociaciones de convenios) ha tenido un peso decisivo”, dice.Pelo largo, mirada franca, Hartmut Kaiser explica que aquí nunca hubo una huelga. “Aquí hablamos, negociamos y las cosas se resuelven”, dice Kaiser, que es el presidente del comité de los trabajadores. Impresiona oírle decir que, incluso si la empresa va bien, la moderación salarial sigue siendo la mejor opción, para mantener la competitividad. Un obrero cobra unos 2.500 euros brutos al mes.
El PIB alemán cayó en 2009 un 5%, más que el español. El paro no se resintió. “Creo que las empresas aprendieron de la crisis de 2001-05, cuando echaron muchos trabajadores, y se dieron cuenta de que se quedaron muy descapitalizadas en el factor humano cuando llegó la recuperación”, comenta Herzog-Stein. “Hay que proteger y retener la mano de obra cualificada”, considera Herrenknecht, y una vez más sorprende notar la cercanía de posturas entre patrón y sindicatos, una coincidentia oppositorum que sugiere que la sociedad alemana ha llegado a un consenso bastante sólido.
No siempre fue así. En 1997, el entonces presidente Roman Herzog habló abiertamente de la “pérdida de dinamismo económico, del torpor de la sociedad, de una increíble depresión mental”. Pero el viento ha cambiado.
Como muchas otras empresas alemanas del sector de producción de maquinaria, cada vez más vende servicios junto a sus productos. La complejidad de sus máquinas aconseja a sus clientes contratar paquetes de soporte técnico. Esto representa ya un 30% de la cifra de negocio, que además se está abriendo al sector minero.El 95% de la facturación de Herrenknecht procede de exportaciones. Controla más de la mitad de su mercado y no tiene competidores que puedan, como él, cubrir toda la gama. Sus máquinas cavan túneles en todo el mundo. Por ejemplo, en la M-30 de Madrid. Hubo un momento en que la empresa tuvo 30 maquinas trabajando en España a la vez. Pero, ahora, solo tienen una. La hoja de planificación en la sala de ingenieros ilustra claramente los nuevos mercados: prácticamente toda ella está copada por contratos en Asia. Herrenknecht empezó a sembrar en China ya a principios de los noventa y ahora tiene plantas ahí, pero retiene los elementos clave de la producción y know-how en Alemania.
“Está claro que la industria en Europa podrá resistir a la competencia solo si alcanza la excelencia”, dice Herrenknecht. Él lo ha conseguido. Su logro, junto a los de muchos otros emprendedores alemanes como él —en un país cuyos sectores de servicios y financiero no destacan—, es el músculo que crea la fuerza de la que dispone Angela Merkel en la escena europea.
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